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Ombres de fang és el sintagma
que Carlos Castaneda fa servir per descriure uns depredadors que s’alimenten de
la consciència humana, i als quals don Juan, el seu mestre, anomenava els “voladors”.
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Castaneda
va ser per a mi la primera font d’informació d’aquest estrany i pertorbador assumpte. Això va ser quan tenia uns
setze anys. Recordo que em va provocar una forta angoixa, i vaig preferir no
pensar-hi ni tan sols... Fins ara, quan estic a punt de fer-ne 50, i m’he
trobat, de sobte, amb una inesperada confirmació del tema, i en el lloc que
menys m’hagués esperat: ¡en una pel·lícula signada per Charles Chaplin!
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En
la meva opinió, no es pot parlar de l’ànima si no es parla, també, d’aquest
altre tema. I és que les ombres de fang són, al meu parer, el
monstre de les rondalles meravelloses; aquell que manté l’ànima presonera, al
fons d’un pou insondable.
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En
aquesta secció recolliré tots els testimonis que trobi sobre la qüestió
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Els “voladors” de Castaneda
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Aquarel·la de Gerardo de Miguel. Títol desconegut.
Del blog "Las enseñanzas de don Juan"
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[Els següents extractes provenen de El lado activo del infinito (The
Active Side of Infinity, 1998), Madrid, Suma de Letras, 2001. Trad. De
Margarita Nieto, pàgs. 360 a 381]
•
La oscuridad había descendido muy rápidamente, y el follaje de los
árboles, que momentos antes brillaba de color verde, estaba ahora muy oscuro y
denso. Don Juan dijo que si yo prestaba atención a la oscuridad del follaje, sin enfocar la mirada sino mirando con el rabillo del ojo, vería una
sombra fugaz cruzando mi campo de visión.
•
–Ésta es la
hora apropiada para hacer lo que te voy a pedir –dijo–. Toma un momento en
fijar la atención necesaria de parte tuya para lograrlo. No pares hasta que
captes esa sombra fugaz negra.
•
Vi de hecho
una extraña sombra fugaz negra proyectada en el follaje de los árboles. Era, o
bien una sombra que iba de un lado al otro, o varias sombras fugaces moviéndose
de derecha a izquierda o de izquierda a derecha, o hacia arriba en el aire. Me
parecían peces negros y gordos, peces enormes. Era como si gigantescos peces-espada
volaran por el aire. Estaba absorto en la visión. Luego, finalmente, la visión
me asustó. Estaba ya muy oscuro para ver el follaje, pero aun así veía las
sombras fugaces negras.
•
–¿Qué es, don
Juan? –pregunté–. Veo sombras fugaces negras por todos lados.
•
–Ah, es el
universo en su totalidad –dijo–, inconmensurable, no lineal, fuera del reino de
la sintaxis. Los chamanes del México antiguo fueron los primeros que vieron
esas sombras fugaces, así es que las siguieron. Las vieron como tú las viste
hoy, y las vieron como energía que fluye en el universo. Y, sí,
descubrieron algo trascendental.
•
Paró de hablar
y me miró. Sus pausas encajaban perfectamente. Siempre paraba de hablar cuando
yo pendía de un hilo.
•
–¿Qué
descubrieron, don Juan? –pregunté.
•
–Descubrieron
que tenemos un compañero de por vida –dijo de la manera más clara que pudo–.
Tenemos un predador que vino desde las profundidades del cosmos y tomó control
sobre nuestras vidas. Los
seres humanos son sus prisioneros. El predador es nuestro amo y señor.
Nos ha vuelto dóciles, indefensos. Si queremos protestar, suprime nuestras
protestas. Si queremos actuar independientemente, nos ordena que no lo hagamos.
•
Estaba ya muy
oscuro a nuestro alrededor, y eso parecía impedir cualquier expresión de mi
parte. Si hubiera sido de día, me hubiera reído a carcajadas. En la oscuridad,
me sentía bastante inhibido. (…)
•
–Has llegado,
a través de tu propio esfuerzo, a lo que los chamanes del México antiguo
llamaban el tema de temas –dijo don Juan–. Me anduve con rodeos todo este
tiempo, insinuándote que algo nos tiene prisioneros. ¡Desde luego que algo nos
tiene prisioneros! Esto era un hecho energético para los chamanes del México
antiguo.
•
–¿Pero, por
qué este predador ha tomado posesión de la manera que usted describe, don Juan?
–pregunté–. Debe haber una explicación lógica.
•
–Hay una
explicación –replicó don Juan–, y es la explicación más simple del mundo.
Tomaron posesión porque para ellos somos comida, y nos exprimen sin compasión
porque somos su sustento. Así como nosotros criamos gallinas en gallineros, así
también ellos nos crían en humaneros. Por lo tanto, siempre tienen comida a su
alcance.
•
(…)
•
–Quiero apelar
a tu mente analítica –dijo don Juan–.
Piensa por un momento, y dime cómo explicarías la contradicción entre la
inteligencia del hombre–ingeniero y la estupidez de sus sistemas de creencias,
o la estupidez de su comportamiento contradictorio. Los chamanes creen que los
predadores nos han dado nuestros sistemas de creencias, nuestras ideas acerca
del bien y el mal, nuestras costumbres sociales. Ellos son los que
establecieron nuestras esperanzas y expectativas, nuestros sueños de triunfo y
fracaso. Nos otorgaron la codicia, la mezquindad y la cobardía. Es el predador
el que nos hace complacientes, rutinarios y egomaniáticos.
•
–¿Pero de qué
manera pueden hacer esto, don Juan? –pregunté, en cierto modo más enojado aún
por sus afirmaciones–. ¿Susurran todo esto en nuestros oídos mientras dormimos?
•
–No, no lo
hacen de esa manera, ¡eso es una idiotez! –dijo don Juan, sonriendo–. Son
infinitamente más eficaces y organizados que eso. Para mantenernos obedientes y
dóciles y débiles, los predadores se involucraron en una maniobra estupenda
(estupenda, por supuesto, desde el punto de vista de un estratega). Una
maniobra horrible desde el punto de vista de quien la sufre. ¡Nos dieron su
mente! ¿Me escuchas? Los predadores nos dieron su mente, que se vuelve nuestra
mente. La mente del predador es barroca, contradictoria, mórbida, llena de
miedo a ser descubierta en cualquier momento.
»Aunque nunca
has sufrido hambre –continuó–, sé que tienes unas ansias continuas de comer, lo
cual no es sino las ansias del predador que teme que en cualquier momento su
maniobra será descubierta y la comida le será negada. A través de la mente, que
después de todo es su mente, los predadores inyectan en las vidas de los seres
humanos lo que sea conveniente para ellos. Y se garantizan a ellos mismos, de
esta manera, un grado de seguridad que actúa como amortiguador de su miedo.
•
– (…)
Si es cierto que nos comen, ¿cómo lo hacen?
•
(…) Me explicó
que los chamanes ven a los niños humanos como extrañas bolas luminosas de
energía, cubiertas de arriba a abajo con una capa brillante, algo así como una
cobertura plástica que se ajusta de forma ceñida sobre su capullo de energía.
Dijo que esa capa brillante de conciencia
era lo que los predadores consumían, y que cuando un ser humano llegaba a ser
adulto, todo lo que quedaba de esa capa
brillante de conciencia era una angosta franja que se elevaba desde el suelo
hasta por encima de los dedos de los pies. Esa franja permitía al ser humano
continuar vivo, pero sólo apenas.
•
Como si
hubiera estado en un sueño, oí a don Juan Matus explicando que, hasta donde él
sabía, la humanidad era la única especie que tenía la capa brillante de conciencia por fuera del capullo luminoso. Por lo
tanto, se volvió presa fácil para una conciencia de distinto orden, tal como la
pesada conciencia del predador.
Luego hizo el
comentario más injuriante que había pronunciado hasta el momento. Dijo que esta
angosta franja de conciencia era el epicentro donde el ser humano estaba
atrapado sin remedio. Aprovechándose del único punto de conciencia que nos
queda, los predadores crean llamaradas de conciencia que proceden a consumir de
manera despiadada y predatoria. Nos otorgan problemas banales que fuerzan a
esas llamaradas de conciencia a crecer; y de esa manera nos mantienen vivos
para alimentarse con la llamarada energética de nuestras seudopreocupaciones.
•
Algo debía de haber en lo que don Juan decía, pues me
resultó tan devastador que a este punto se me revolvió el estómago. (…).
•
–¿Pero por
qué, si los chamanes del México antiguo, y todos los chamanes de la actualidad,
ven los predadores no hacen nada al respecto?
•
–No hay nada
que tú y yo podamos hacer –dijo don Juan con voz grave y triste–. Todo lo que
podemos hacer es disciplinarnos hasta el punto de que no nos toquen. ¿Cómo
puedes pedirles a tus semejantes
que atraviesen los mismos rigores
de la disciplina? Se reirán y se burlarán de ti, y los más agresivos te darán
una patada en el culo. Y no tanto porque no te crean. En lo más profundo de
cada ser humano, hay un saber ancestral, visceral acerca de la existencia del
predador.
•
(...)
•
–Los chamanes
del México antiguo –dijo– vieron al predador. Lo llamaron el volador porque brinca en el aire. No es
nada lindo. Es una enorme sombra, de una oscuridad impenetrable, una sombra
negra que salta por el aire. Luego, aterriza de plano en el suelo. Los chamanes
del México antiguo estaban bastante inquietos con saber cuándo había hecho su
aparición en la Tierra. Razonaron que era que el hombre debía haber sido un ser
completo en algún momento, con estupendas revelaciones, proezas de conciencia
que hoy en día son leyendas mitológicas. Y luego todo parece desvanecerse y nos
quedamos con un hombre sumiso.
•
(...)
•
–Lo que estoy
diciendo es que no nos enfrentamos a un simple predador. Es muy ingenioso, y es
organizado. Sigue un sistema metódico para volvernos inútiles. El hombre, el ser
mágico que es nuestro destino alcanzar, ya no es mágico. Es un pedazo de carne.
No hay más sueños para el hombre sino los sueños de un animal que está siendo criado para volverse un
pedazo de carne: trillado, convencional, imbécil.
•
(…)
•
–Este predador
–dijo don Juan–, que por supuesto es un ser inorgánico, no nos es del todo
invisible, como lo son otros seres inorgánicos. Creo que de niños sí los vemos,
y decidimos que son tan terroríficos que no queremos pensar en ellos. Los niños
podrían, por supuesto, decidir enfocarse en esa visión, pero todo el mundo a su
alrededor lo disuade de hacerlo.
»La única
alternativa que le queda a la humanidad –continuó– es la disciplina. La
disciplina es el único repelente. Pero con disciplina no me refiero a arduas rutinas.
No me refiero a levantarse cada mañana a las cinco y media y a darte baños de
agua helada hasta ponerte azul. Los chamanes entienden por disciplina la
capacidad de enfrentar con serenidad circunstancias que no están incluidas en
nuestras expectativas. Para ellos, la disciplina es un arte: el arte de
enfrentarse al infinito sin vacilar, no porque sean fuertes y duros, sino
porque están llenos de asombro.
•
–¿De qué
manera sería la disciplina de un brujo un repelente? –pregunté.
•
–Los chamanes
dicen que la disciplina hace que la capa
brillante de conciencia se vuelva desabrida al volador –dijo don Juan, escudriñando mi cara como queriendo
encontrar algún signo de incredulidad–. El resultado es que los predadores se
desconciertan. Una capa brillante de
conciencia que sea incomible no es parte de su cognición, supongo. Una vez
desconcertados, no les queda otra opción que descontinuar su nefasta tarea.
»Si los
predadores no nos comen nuestra capa
brillante de conciencia durante un tiempo –continuó–, ésta seguirá
creciendo. Simplificando este asunto en extremo, te puedo decir que los
chamanes, por medio de su disciplina, empujan a los predadores lo
suficientemente lejos para permitir que su capa
brillante de conciencia crezca más allá del nivel de los dedos de los pies.
Una vez que pasa este nivel, crece hasta su tamaño natural. Los chamanes del
México antiguo decían que la capa
brillante de conciencia es como un árbol. Si no se lo poda, crece hasta su
tamaño y volumen naturales. A medida que la conciencia alcanza niveles más
altos que los dedos de los pies, tremendas maniobras de percepción se vuelven
cosa corriente.
»El gran truco
de esos chamanes de tiempos antiguos –continuó don Juan– era sobrecargar la
mente del volador con disciplina. Descubrieron que si agotaban la mente del
volador con silencio interno, la instalación foránea saldría corriendo, dando
al practicante envuelto en tal maniobra la total certeza del origen foráneo de
la mente. La instalación foránea vuelve, te aseguro, pero no con la misma
fuerza, y comienza un proceso en que la huida de la mente del volador se vuelve
rutina, hasta que un día desaparece de forma permanente. ¡Un día de lo más
triste! Ése es el día en que tienes que contar con tus propios recursos,
que son prácticamente nulos. No hay nadie que te diga qué hacer. No hay una
mente de origen foráneo que te dicte las imbecilidades a las que estás
habituado.
•
–Mi maestro,
el nagual Julián, les advertía a todos sus discípulos –continuó don Juan–, que
éste era el día más duro en la vida de un chamán, pues la verdadera mente que
nos pertenece, la suma total de todas nuestras experiencias, después de toda
una vida de dominación se ha vuelto tímida, insegura y evasiva. Personalmente,
puedo decirte que la verdadera batalla de un chamán comienza en ese momento. El
resto es mera preparación.
•
(…)
•
–¿Qué–qué–qué
significa usted –me escuché decir–, con eso de agotar la mente del volador?
•
–La disciplina
definitivamente agota la mente foránea –contestó don Juan–. Entonces, a través
de su disciplina, los chamanes se deshacen de la instalación foránea.
•
(…)
•
–La mente del volador huye para siempre
cuando un chamán logra asirse a la fuerza vibradora que nos mantiene unidos
como conglomerado de fibras energéticas. Si un chamán mantiene esa presión
durante suficiente tiempo, la mente
del volador huye derrotada.
•
(…)
•
–Temes la ira
de Dios, ¿verdad? –dijo–. Quédate tranquilo, ése no es tu miedo. Es el temor
del volador, que sabe que harás exactamente como te digo.
•
Sus palabras
no me calmaron en absoluto. Me sentí peor. Comencé a convulsionarme de manera
involuntaria, sin poder evitarlo.
•
–No te
preocupes –dijo don Juan de manera calma–. Sé, de hecho, que esos ataques se
extinguen de lo más pronto. La mente del volador no tiene concentración alguna.
•
Después de un
momento, todo paró, como lo había previsto don Juan.
•
(…)
•
–Estás
desgarrado por una lucha interna –dijo don Juan–. Muy en lo profundo, sabes que
eres incapaz de rechazar el acuerdo de que una parte indispensable de ti, tu
capa brillante de conciencia, servirá de alimento incomprensible a unas
entidades, naturalmente, también incomprensibles. Y otra parte de ti se opondrá
a esta situación con toda su fuerza.
»La revolución
de los chamanes –continuó–, es que se rehúsan a honrar acuerdos en los que no
han participado. Nadie me preguntó si consentía ser comido por seres de otra
clase de conciencia. Mis padres me trajeron a este mundo para ser comida, sin
más, como lo fueron ellos; fin de la historia.
•
(…)
•
Le dije a don
Juan que esas sombras fugaces terminarían con mi vida racional. Las veía por
todas partes. Desde que me había ido de su casa, era incapaz de dormirme en la
oscuridad. Dormir con las luces encendidas no me molestaba en absoluto.
Sin embargo, en cuanto las apagaba todo a mi alrededor comenzaba a dar saltos.
Nunca veía figuras o formas completas. Todo lo que veía eran sombras fugaces
negras.
•
–La mente del volador no te ha abandonado –dijo
don Juan–. Ha sido seriamente injuriada. Está haciendo lo posible por
restablecer su relación contigo. Pero algo en ti se ha roto para siempre. El
volador lo sabe. El verdadero peligro está en que la mente del volador te puede
vencer agotándote y forzándote a abandonar jugando con la contradicción entre
lo que ella te dice y lo que yo te digo.
»Te digo, la mente del volador no tiene competidores –continuó
don Juan–. Cuando propone algo, está de acuerdo con su propia proposición,
y te hace creer que hiciste algo de valor. La mente del volador te dirá que lo que don Juan Matus te está
diciendo es puro disparate, y luego la misma mente estará de acuerdo con su
propia proposición. “Sí, por supuesto, es un disparate”, dirás. Así nos vencen.
»Los voladores son una parte esencial del
universo –continuó–, y deben tomarse como lo que son realmente: asombrosos,
monstruosos. Son el medio por el cual el universo nos pone a prueba.
»Somos sondas
creadas por el universo –siguió, como si yo no estuviera presente–, y es porque
somos poseedores de energía con conciencia, que somos los medios por los que el
universo se vuelve consciente de sí mismo. Los voladores son los desafiantes implacables. No pueden ser
considerados de ninguna otra forma. Si lo logramos, el universo nos permite
continuar.
•
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