Revista de Narrativa de l’Ànima

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27 de juliol del 2020

Ombres de fang - 1 - Carlos Castaneda


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Ombres de fang és el sintagma que Carlos Castaneda fa servir per descriure uns depredadors que s’alimenten de la consciència humana, i als quals don Juan, el seu mestre, anomenava els “voladors”.
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Castaneda va ser per a mi la primera font d’informació d’aquest estrany i pertorbador assumpte. Això va ser quan tenia uns setze anys. Recordo que em va provocar una forta angoixa, i vaig preferir no pensar-hi ni tan sols... Fins ara, quan estic a punt de fer-ne 50, i m’he trobat, de sobte, amb una inesperada confirmació del tema, i en el lloc que menys m’hagués esperat: ¡en una pel·lícula signada per Charles Chaplin!   
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En la meva opinió, no es pot parlar de l’ànima si no es parla, també, d’aquest altre tema. I és que les ombres de fang són, al meu parer, el monstre de les rondalles meravelloses; aquell que manté l’ànima presonera, al fons d’un pou insondable.
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En aquesta secció recolliré tots els testimonis que trobi sobre la qüestió
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Els “voladors” de Castaneda
Aquarel·la de Gerardo de Miguel. Títol desconegut. 
Del blog "Las enseñanzas de don Juan"
[Els següents extractes provenen de El lado activo del infinito (The Active Side of Infinity, 1998), Madrid, Suma de Letras, 2001. Trad. De Margarita Nieto, pàgs. 360 a 381]
La oscuridad había descendido muy rápidamente, y el follaje de los árboles, que momentos antes brillaba de color verde, estaba ahora muy oscuro y denso. Don Juan dijo que si yo prestaba atención a la oscuridad del follaje, sin enfocar la mirada sino mirando con el rabillo del ojo, vería una sombra fugaz cruzando mi campo de visión.
–Ésta es la hora apropiada para hacer lo que te voy a pedir –dijo–. Toma un momento en fijar la atención necesaria de parte tuya para lograrlo. No pares hasta que captes esa sombra fugaz negra.
Vi de hecho una extraña sombra fugaz negra proyectada en el follaje de los árboles. Era, o bien una sombra que iba de un lado al otro, o varias sombras fugaces moviéndose de derecha a izquierda o de izquierda a derecha, o hacia arriba en el aire. Me parecían peces negros y gordos, peces enormes. Era como si gigantescos peces-espada volaran por el aire. Estaba absorto en la visión. Luego, finalmente, la visión me asustó. Estaba ya muy oscuro para ver el follaje, pero aun así veía las sombras fugaces negras.
–¿Qué es, don Juan? –pregunté–. Veo sombras fugaces negras por todos lados.
–Ah, es el universo en su totalidad –dijo–, inconmensurable, no lineal, fuera del reino de la sintaxis. Los chamanes del México antiguo fueron los primeros que vieron esas sombras fugaces, así es que las siguieron. Las vieron como tú las viste hoy, y las vieron como energía que fluye en el universo. Y, sí, descubrieron algo trascendental.
Paró de hablar y me miró. Sus pausas encajaban perfectamente. Siempre paraba de hablar cuando yo pendía de un hilo.
–¿Qué descubrieron, don Juan? –pregunté.
–Descubrieron que tenemos un compañero de por vida –dijo de la manera más clara que pudo–. Tenemos un predador que vino desde las profundidades del cosmos y tomó control sobre nuestras  vidas.  Los  seres humanos son sus prisioneros. El predador es nuestro amo y señor. Nos ha vuelto dóciles, indefensos. Si queremos protestar, suprime nuestras protestas. Si queremos actuar independientemente, nos ordena que no lo hagamos.
Estaba ya muy oscuro a nuestro alrededor, y eso parecía impedir cualquier expresión de mi parte. Si hubiera sido de día, me hubiera reído a carcajadas. En la oscuridad, me sentía bastante inhibido. (…)
–Has llegado, a través de tu propio esfuerzo, a lo que los chamanes del México antiguo llamaban el tema de temas –dijo don Juan–. Me anduve con rodeos todo este tiempo, insinuándote que algo nos tiene prisioneros. ¡Desde luego que algo nos tiene prisioneros! Esto era un hecho energético para los chamanes del México antiguo.
–¿Pero, por qué este predador ha tomado posesión de la manera que usted describe, don Juan? –pregunté–. Debe haber una explicación lógica.
–Hay una explicación –replicó don Juan–, y es la explicación más simple del mundo. Tomaron posesión porque para ellos somos comida, y nos exprimen sin compasión porque somos su sustento. Así como nosotros criamos gallinas en gallineros, así también ellos nos crían en humaneros. Por lo tanto, siempre tienen comida a su alcance.
(…)
–Quiero apelar a tu mente analítica  –dijo don Juan–. Piensa por un momento, y dime cómo explicarías la contradicción entre la inteligencia del hombre–ingeniero y la estupidez de sus sistemas de creencias, o la estupidez de su comportamiento contradictorio. Los chamanes creen que los predadores nos han dado nuestros sistemas de creencias, nuestras ideas acerca del bien y el mal, nuestras costumbres sociales. Ellos son los que establecieron nuestras esperanzas y expectativas, nuestros sueños de triunfo y fracaso. Nos otorgaron la codicia, la mezquindad y la cobardía. Es el predador el que nos hace complacientes, rutinarios y egomaniáticos.
–¿Pero de qué manera pueden hacer esto, don Juan? –pregunté, en cierto modo más enojado aún por sus afirmaciones–. ¿Susurran todo esto en nuestros oídos mientras dormimos?
–No, no lo hacen de esa manera, ¡eso es una idiotez! –dijo don Juan, sonriendo–. Son infinitamente más eficaces y organizados que eso. Para mantenernos obedientes y dóciles y débiles, los predadores se involucraron en una maniobra estupenda (estupenda, por supuesto, desde el punto de vista de un estratega). Una maniobra horrible desde el punto de vista de quien la sufre. ¡Nos dieron su mente! ¿Me escuchas? Los predadores nos dieron su mente, que se vuelve nuestra mente. La mente del predador es barroca, contradictoria, mórbida, llena de miedo a ser descubierta en cualquier momento.
»Aunque nunca has sufrido hambre –continuó–, sé que tienes unas ansias continuas de comer, lo cual no es sino las ansias del predador que teme que en cualquier momento su maniobra será descubierta y la comida le será negada. A través de la mente, que después de todo es su mente, los predadores inyectan en las vidas de los seres humanos lo que sea conveniente para ellos. Y se garantizan a ellos mismos, de esta manera, un grado de seguridad que actúa como amortiguador de su miedo.
  (…) Si es cierto que nos comen, ¿cómo lo hacen?
(…) Me explicó que los chamanes ven a los niños humanos como extrañas bolas luminosas de energía, cubiertas de arriba a abajo con una capa brillante, algo así como una cobertura plástica que se ajusta de forma ceñida sobre su capullo de energía. Dijo que esa capa brillante de conciencia era lo que los predadores consumían, y que cuando un ser humano llegaba a ser adulto, todo lo que quedaba de esa capa brillante de conciencia era una angosta franja que se elevaba desde el suelo hasta por encima de los dedos de los pies. Esa franja permitía al ser humano continuar vivo, pero sólo apenas.
Como si hubiera estado en un sueño, oí a don Juan Matus explicando que, hasta donde él sabía, la humanidad era la única especie que tenía la capa brillante de conciencia por fuera del capullo luminoso. Por lo tanto, se volvió presa fácil para una conciencia de distinto orden, tal como la pesada conciencia del predador.
Luego hizo el comentario más injuriante que había pronunciado hasta el momento. Dijo que esta angosta franja de conciencia era el epicentro donde el ser humano estaba atrapado sin remedio. Aprovechándose del único punto de conciencia que nos queda, los predadores crean llamaradas de conciencia que proceden a consumir de manera despiadada y predatoria. Nos otorgan problemas banales que fuerzan a esas llamaradas de conciencia a crecer; y de esa manera nos mantienen vivos para alimentarse con la llamarada energética de nuestras seudopreocupaciones.
         Algo debía de haber en lo que don Juan decía, pues me resultó tan devastador que a este punto se me revolvió el estómago. (…).
–¿Pero por qué, si los chamanes del México antiguo, y todos los chamanes de la actualidad, ven los predadores no hacen nada al respecto?
–No hay nada que tú y yo podamos hacer –dijo don Juan con voz grave y triste–. Todo lo que podemos hacer es disciplinarnos hasta el punto de que no nos toquen. ¿Cómo puedes pedirles a tus semejantes  que  atraviesen los mismos rigores de la disciplina? Se reirán y se burlarán de ti, y los más agresivos te darán una patada en el culo. Y no tanto porque no te crean. En lo más profundo de cada ser humano, hay un saber ancestral, visceral acerca de la existencia del predador.
(...)
 
–Los chamanes del México antiguo –dijo– vieron al predador. Lo llamaron el volador porque brinca en el aire. No es nada lindo. Es una enorme sombra, de una oscuridad impenetrable, una sombra negra que salta por el aire. Luego, aterriza de plano en el suelo. Los chamanes del México antiguo estaban bastante inquietos con saber cuándo había hecho su aparición en la Tierra. Razonaron que era que el hombre debía haber sido un ser completo en algún momento, con estupendas revelaciones, proezas de conciencia que hoy en día son leyendas mitológicas. Y luego todo parece desvanecerse y nos quedamos con un hombre sumiso.
(...)
–Lo que estoy diciendo es que no nos enfrentamos a un simple predador. Es muy ingenioso, y es organizado. Sigue un sistema metódico para volvernos inútiles. El hombre, el ser mágico que es nuestro destino alcanzar, ya no es mágico. Es un pedazo de carne. No hay más sueños para el hombre sino los sueños de un animal  que está siendo criado para volverse un pedazo de carne: trillado, convencional, imbécil.
(…)
 
–Este predador –dijo don Juan–, que por supuesto es un ser inorgánico, no nos es del todo invisible, como lo son otros seres inorgánicos. Creo que de niños sí los vemos, y decidimos que son tan terroríficos que no queremos pensar en ellos. Los niños podrían, por supuesto, decidir enfocarse en esa visión, pero todo el mundo a su alrededor lo disuade de hacerlo.
»La única alternativa que le queda a la humanidad –continuó– es la disciplina. La disciplina es el único repelente. Pero con disciplina no me refiero a arduas rutinas. No me refiero a levantarse cada mañana a las cinco y media y a darte baños de agua helada hasta ponerte azul. Los chamanes entienden por disciplina la capacidad de enfrentar con serenidad circunstancias que no están incluidas en nuestras expectativas. Para ellos, la disciplina es un arte: el arte de enfrentarse al infinito sin vacilar, no porque sean fuertes y duros, sino porque están llenos de asombro.
–¿De qué manera sería la disciplina de un brujo un repelente? –pregunté.
–Los chamanes dicen que la disciplina hace que la capa brillante de conciencia se vuelva desabrida al volador –dijo don Juan, escudriñando mi cara como queriendo encontrar algún signo de incredulidad–. El resultado es que los predadores se desconciertan. Una capa brillante de conciencia que sea incomible no es parte de su cognición, supongo. Una vez desconcertados, no les queda otra opción que descontinuar su nefasta tarea.
»Si los predadores no nos comen nuestra capa brillante de conciencia durante un tiempo –continuó–, ésta seguirá creciendo. Simplificando este asunto en extremo, te puedo decir que los chamanes, por medio de su disciplina, empujan a los predadores lo suficientemente lejos para permitir que su capa brillante de conciencia crezca más allá del nivel de los dedos de los pies. Una vez que pasa este nivel, crece hasta su tamaño natural. Los chamanes del México antiguo decían que la capa brillante de conciencia es como un árbol. Si no se lo poda, crece hasta su tamaño y volumen naturales. A medida que la conciencia alcanza niveles más altos que los dedos de los pies, tremendas maniobras de percepción se vuelven cosa corriente.
»El gran truco de esos chamanes de tiempos antiguos –continuó don Juan– era sobrecargar la mente del volador con disciplina. Descubrieron que si agotaban la mente del volador con silencio interno, la instalación foránea saldría corriendo, dando al practicante envuelto en tal maniobra la total certeza del origen foráneo de la mente. La instalación foránea vuelve, te aseguro, pero no con la misma fuerza, y comienza un proceso en que la huida de la mente del volador se vuelve rutina, hasta que un día desaparece de forma permanente. ¡Un día de lo más triste! Ése es el día en que tienes que contar con tus propios recursos, que son prácticamente nulos. No hay nadie que te diga qué hacer. No hay una mente de origen foráneo que te dicte las imbecilidades a las que estás habituado.
–Mi maestro, el nagual Julián, les advertía a todos sus discípulos –continuó don Juan–, que éste era el día más duro en la vida de un chamán, pues la verdadera mente que nos pertenece, la suma total de todas nuestras experiencias, después de toda una vida de dominación se ha vuelto tímida, insegura y evasiva. Personalmente, puedo decirte que la verdadera batalla de un chamán comienza en ese momento. El resto es  mera preparación.
(…)
–¿Qué–qué–qué significa usted –me escuché decir–, con eso de agotar la mente del volador?
–La disciplina definitivamente agota la mente foránea –contestó don Juan–. Entonces, a través de su disciplina, los chamanes se deshacen de la instalación foránea.
(…)
–La mente del volador huye para siempre cuando un chamán logra asirse a la fuerza vibradora que nos mantiene unidos como conglomerado de fibras energéticas. Si un chamán mantiene esa presión durante suficiente tiempo, la mente del volador huye derrotada.
(…)
–Temes la ira de Dios, ¿verdad? –dijo–. Quédate tranquilo, ése no es tu miedo. Es el temor del volador, que sabe que harás exactamente como te digo.
Sus palabras no me calmaron en absoluto. Me sentí peor. Comencé a convulsionarme de manera involuntaria, sin poder evitarlo.
–No te preocupes –dijo don Juan de manera calma–. Sé, de hecho, que esos ataques se extinguen de lo más pronto. La mente del volador no tiene concentración alguna.
Después de un momento, todo paró, como lo había previsto don Juan.
(…)
–Estás desgarrado por una lucha interna –dijo don Juan–. Muy en lo profundo, sabes que eres incapaz de rechazar el acuerdo de que una parte indispensable de ti, tu capa brillante de conciencia, servirá de alimento incomprensible a unas entidades, naturalmente, también incomprensibles. Y otra parte de ti se opondrá a esta situación con toda su fuerza.
»La revolución de los chamanes –continuó–, es que se rehúsan a honrar acuerdos en los que no han participado. Nadie me preguntó si consentía ser comido por seres de otra clase de conciencia. Mis padres me trajeron a este mundo para ser comida, sin más, como lo fueron ellos; fin de la historia.
(…)
Le dije a don Juan que esas sombras fugaces terminarían con mi vida racional. Las veía por todas partes. Desde que me había ido de su casa, era incapaz de dormirme en la oscuridad. Dormir con  las  luces encendidas no me molestaba en absoluto. Sin embargo, en cuanto las apagaba todo a mi alrededor comenzaba a dar saltos. Nunca veía figuras o formas completas. Todo lo que veía eran sombras fugaces negras.
–La mente del volador no te ha abandonado –dijo don Juan–. Ha sido seriamente injuriada. Está haciendo lo posible por restablecer su relación contigo. Pero algo en ti se ha roto para siempre. El volador lo sabe. El verdadero peligro está en que la mente del volador te puede vencer agotándote y forzándote a abandonar jugando con la contradicción entre lo que ella te dice y lo que yo te digo.
»Te digo, la mente del volador no tiene competidores –continuó don Juan–. Cuando propone algo, está de acuerdo con su propia proposición, y te hace creer que hiciste algo de valor. La mente del volador te dirá que lo que don Juan Matus te está diciendo es puro disparate, y luego la misma mente estará de acuerdo con su propia proposición. “Sí, por supuesto, es un disparate”, dirás. Así nos vencen.
»Los voladores son una parte esencial del universo –continuó–, y deben tomarse como lo que son realmente: asombrosos, monstruosos. Son el medio por el cual el universo nos pone a prueba.
»Somos sondas creadas por el universo –siguió, como si yo no estuviera presente–, y es porque somos poseedores de energía con conciencia, que somos los medios por los que el universo se vuelve consciente de sí mismo. Los voladores son los desafiantes implacables. No pueden ser considerados de ninguna otra forma. Si lo logramos, el universo nos permite continuar.